Alemania queda en paz, le gana 4 /1 a Inglaterra



El fútbol es una metáfora de la vida. Por si quedaban dudas, ahí está Alemania, que consumó su venganza 44 años después. Nunca les faltó tesón a los alemanes. El fútbol les devolvió lo que tanto les quitó aquel 30 de julio de 1966. Fue un guiño del destino, una revancha de celuloide, como una de esas películas con final justiciero. Justicia poética, dirán los alemanes. Injusticia sobre injusticia , querrán decir ahora los ingleses después de cuatro décadas de presumir por su único título. Una corona trucada por un gol de Hurst que solo vio un liniero soviético.

Ayer, cuando en el fútbol ya hay cuatro árbitros, no tres como en Wembley, ninguno se percató de que, con 2-1 a favor de Alemania, un remate de Lampard, como el de Hurst, también lo escupió el larguero. Al contrario que el de su compatriota, el del jugador del Chelsea cruzó la línea de meta por varios palmos . La incompetencia arbitral se perpetúa. Esos jueces que se sitúan detrás de las porterías con un micrófono en la boca que parece un garfio y que este curso ha ensayado Michel Platini en la Liga Europa quizá habrían estado al quite. O no, quién sabe, porque cuantos más son los árbitros más revuelo arman, se lían.

Alemania no solo vengó a Beckenbauer, Overath, Tilkowski o Haller, algunos de los condenados en 1966, sino que también ganó muchos partidos en uno. Inglaterra, su presa preferida, sigue sin vencerla en un Mundial desde su final en Wembley y ayer se llevó la mayor goleada que jamás haya recibido en este campeonato. No encajaba cuatro tantos desde el 26 de junio de 1954, ante Uruguay (4-2). Y entonces no estaba Fabio Capello. Otro desmentido logrado por el equipo del modesto Joachim Löw, que no cotiza ni una cuarta parte que el italiano. Un entrenador, dicen, con etiqueta de ganador, lo que le procura contratos de Wall Street. En el fútbol no hay patriarcas del éxito; este es pendular. Inglaterra se ha dejado una fortuna con Capello y el resultado no ha podido ser peor. El fútbol mantiene algún código: jamás un extranjero ha ganado el Mundial al frente de una selección. No hay solución para la armada, de nuevo a pique. Y de qué forma, abrumada por Alemania, retratada por Estados Unidos y Argelia, con los que solo empató, y con el equipo más veterano del torneo.

Al tiempo que a Inglaterra se le vieron todos los costurones, Alemania evidenció su mutación. Ya no prevalecen las constantes germanas de las últimas décadas, la explotación de su veta física. Hoy es una selección babélica gracias al padrinazgo de jugadores de otras banderas. De algún modo, los alemanes han encontrado en turcos, polacos, tunecinos, argelinos, bosnios, ghaneses y brasileños lo que la Francia de los noventa encontró en su vivero ex colonial. La diversidad ha fortalecido a Alemania, que ya no se expresa a través de un ariete de peso pesado y unos cuantos futbolistas más con cuerpo de halteras. No es una selección impostada. Al frente de todos, Özil, un turco algo inexpresivo, enjuto, pero con botas de seda, gran angular y precisión de cirujano. Ante los ingleses no fue el mejor, pero simboliza el nuevo forro alemán.

Salvo en el minuto de ardor inglés con el tanto de Upson y la negligencia arbitral con el gol no gol de Lampard, Alemania siempre fue inalcanzable para los de Capello. Firme en la defensa, sin pelotazos en la transición y dinámico y punzante en el ataque, el equipo de Löw fue un ciclón. Müller, el jugador del día; Podolski, Özil y Klose, la marabunta. Del resto se encargó la propia Inglaterra. Cuesta creer que un equipo de Capello reciba un gol tras un saque parado del portero rival. El zapatazo de Neuer pilló en la luna a Terry, Upson se venció como una clarisa, James se quedó en el limbo y Klose festejó la asistencia de su portero. Cómico.

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